30.9.08

Palizada



El mar de Ciudad del Carmen es la puerta que encausó al Ballenero hacia el río Palizada, tramo del Río Usumacinta. Río que solía arrastrar una gran cantidad de troncos: palo de Campeche, palo de Brasil, palo de tinto; de ahí su nombre.
Seis horas de viaje remontando las aguas del Palizada, 45 grados, humedad, sudor; la tripulación del Ballenero casi se deshidrata. Todo por la poesía del paisaje, de las aves flotantes, del sopor de los lagartos.
Una largo viaje, una promesa de mar.
De pronto, entre la sed y el hartazgo de la belleza, surge otra: la ciudad (decretada en 1959).
Se escuchan estallidos de cohetes que dan la bienvenida al Ballenero, su tripulación se alegra y no repara de asombro ante lo hermoso del lugar, que aspira a ser Pueblo Mágico.
Pienso que, a pesar de lo común del nominativo "mágico", no existe otra palabra para enaltecer lo que la mirada percibe entre el río, las tejas, los colores y la nívea Estatua de la Libertad que da la bienvenida a los visitantes.
La tripulación del Ballenero fue invitada de honor en Palizada. Degustamos del chocolate en el mercado a altas horas de la mañana, de sus empanadas de pejelagarto, de su pan fresco y suave como las manos de sus mujeres. Vimos correr aves, volar iguanas, leer poesía. Porque en aquellos días de mayo de 2008, se celebró el Segundo Encuentro de Escritores de la Región de los Ríos. El Ballenero quedó literalmente encantado por la magia natural del pueblo de Palizada. Nombrarlo mágico de manera oficial es lo que falta, pero seguro quien vaya a visitarlo, opinará que lo es y no habrá día en que no se acuerden de él.

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